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Aquella tarde me encerré en mi habitación, tirado encima de la cama; sin saber qué hacer.
Estaba bien así.
En realidad estaba bien, me sentía demasiado cansado para cualquier cosa, incluso para pensar.
No tenía ganas ni de encender el ordenador, y sabía que debía llamar a Manu para enterarme de dónde habían decidido quedar.
Aunque, ¿para qué salir?
El mundo estaba cambiando a mi alrededor y me daba la impresión de que si no me movía, de que si me quedaba encerrado en mi habitación, casi a oscuras, tratando de no pensar, todo podría detenerse.
-¿Por qué no es todo como antes?
Era una queja al aire.
Por un lado seguíamos muy interesados por los deportes, pero no nos pasábamos todo el día jugando al fútbol. Y las preguntas de la vida eran otras.
Ya no nos planteábamos: “¿Seré algún día como Rivaldo?” Ahora mis amigos tenían otras metas: “¿Cuándo podré conocer a Julia Roberts?”
¡Qué ingenuo había sido!... Durante el verano me había preocupado por mejorar mi regate, en lugar de aprender las técnicas para convertirme en un seductor. Aunque, en realidad, con mi altura, no creo que exista ninguna fórmula que haga perder la cabeza a nadie, a no ser una poción mágica
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